Es un sitio elegante y ceremonioso, con mucho cuero y madera. Los butacones de piel son bonitos pero por grandes, te quedas un poco separado de la mesa. La bodega bastante cara con caldos franceses e italianos.
Respecto a la cocina, los platos son los clásicos ruso-franceses. No pudimos evitar volver a pedir los dumplings de cerezas y queso, también un steak tartare, conejo y una albóndiga de pollo. De postre un coulant de chocolate con el centro bien fundido que fue lo mejor de la comida.
En general, presentaciones clásicas elegantes, sabores más bien normales y solo efecto wouu en el postre (que parece que es lo mejor de la casa.
El precio manejable, a pesar de lo pomposo del sitio (si no incluimos el vino que es donde se pasan de vueltas).
Para mí no es para repetir, solo correcto
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